Reconozco que fue un amor a primera vista. Me enamoré de ti en cuanto te vi. A los pocos días de empezar en Twitter, me fijé en algún tweet que contenía un mensaje que decía «vía tweetdeck«, y me pregunté «¿qué será eso?». Rápidamente fui a Google y te encontré. Me atrajo tú rápida instalación, ese pájaro negro sobre fondo amarillo, y la magnífica disposición de las columnas para ordenar a los seguidores, para buscar palabras clave, etc. Me encantó la facilidad que mostrabas para añadir nuevas cuentas, e incluso para gestionar otras redes sociales que no fueran Twitter.
Enseguida me enganché. Pasé de abrir los periódicos nacionales nada más despertarme, a verte a ti antes que a nadie. Me encantaba desplazarme entre tus columnas y encontrar nuevas funcionalidades con tus actualizaciones. No me gustó el «real-time» TL, pero me permitiste desactivarlo sin pedirme nada a cambio. Me dejabas funcionar a mi antojo, ordenar las columnas según mis intereses, programar tweets cada vez que me hacía falta, sin ninguna dificultad, y poder agregar a usuarios a listas eun unos pocos segundos. Me gustabas y pasaba muchas horas contigo, incluso algún que otro fin de semana que tenía que adelantar algo de trabajo.
Pero nuestra relación empezó a complicarse. Cada vez notaba más cómo ibas consumiendo mis recursos; no respondías a mis expectativas como hacías antes, y nuestra convivencia se hacía cada día más difícil. Eran muchas las veces que tenía que reiniciarte porque no enviabas mis mensajes, no me dejabas las bios de algún usuario, o simplemente, no me dejabas funcionar. Aún así, mi amor por ti era tan grande que seguía confiando en ti; algo me decía por dentro que debía darte una segunda oportunidad, y que debía entender que aplicaciones como tú sufrían constantes cambios, y que también era cierto que podía estar abusando un poco de ti y estar sobrecargándote con varias cuentas y muchas columnas. Fui paciente, pero reconozco que cada vez era más fácil serte infiel con otra app.
Cuando Twitter te compró, todo se tornó de color gris oscuro. Cada vez era mayores los fallos, y aunque confié que con tu aplicación web muchos de los problemas se solucionarían, mas bien afue al contrario: ibas cada vez a peor, mostrabas las menciones que te daba la gana, te «comías» los DM un día y otro también, y mi paciencia llegó a un límite. Para colmo, nunca te portaste bien conmigo en mi smartphone; te bloqueabas continuamente y le exigías lo máximo al procesador, y decidí cambiarte por otro.
Lo siento, de verdad, lo siento. He tomado la decisión de sustituirte por otro, que no es perfecto, pero es ágil, rápido, me proporciona estadísticas y otras ventajas. Soy sincero, no te he abandonado definitivamente; todavía me cuesta acostumbrarme a los cambios y me sentía muy cómodo contigo. No he dejado de quererte, pero ya no te amo. Ojalá que algún día te des cuenta de que tiene que cambiar, funcionar mejor, consumir menos recursos y ofrecer nuevas funcionalidades.
Adios Tweetdeck. Hola Hootsuite.